Desde las copas mullidas de los árboles ya se podía ver su cara de sufrimiento, los pensamientos y recuerdos con los que cargaba ese vestigio de vida. Entró mirando atrás y dudó, creyó segura su equivocación, como anticipando la habilidad de quien visitaba. Elena hizo lo de siempre; esperó a que ella mostrara un gesto, cebó un mate, intentó provocar movilidad y fumó el último cigarrillo de deseperanza mientras ella permanecía estática con su planta en la falda. Hacía eso siempre a la mitad de la semana, en la mitad de siete días que eran lo mismo, ella y su planta, ella y los recuerdos. Y Elena, sola, acostumbrada e inmensa. Miraba en silencio, gritaba muda, detrás de la tristeza parecían bailar sensaciónes cálidas, mezclaba melancolía con los sentimientos más duros; era hábil creando aromas.
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